Había seleccionado las mejores semillas, el suelo lo peparó, para que la tierra quedara suelta, bién aireada y mullida.
La siembra la realizó en surcos y plantó la semilla de cinco a ocho centimetros de profundidad. Una vez terminada esta tarea junto a las personas que le ayudaban ha realizar el trabajo, miró orgullosamente su campo.
Tomó todas las precauciones para que sus plantas de arvejas no sufrieran ninguna plaga y con regularidad eleminaba la mala hierba.
El hombre sentado sobre una piedra descansaba, después de un arduo trabajo, la pala y picota las había abandonado a un lado de la asequía, el agua ya comenzaba su trayecto por el cause que el hombre había rrealizado, para así poder regar su siembra.
Su rostro curtido por el sol, sus manos callosas y resecas, su mirada reflejaba el cansancio de meses de trabajo.
El campo se veía hermoso, las plantas ya tenían la altura deseada y los capis estaban listos para la cosecha. Comenzaría la recolección de arvejas, sacaria los capis de abajo ya que estaban listos y dejaría los de más arriba terminar su maduración.
Abrió las puertas de su campo y dejo pasar a todas las personas que trabajarían como temporero con él.
Ivonne Fernández
Octubre 2011